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jueves, 19 de marzo de 2015

NO ES NADA BAILAR EL TROMPO, SI NO COGERLO




Para Hellen Harper  su visita por primera vez a Barranquilla fue impresionante, tanto que le cambió el destino de su mediana y acelerada vida en New York.

Lo sorprendente no fue que su llegada coincidía con el inicio de los Carnavales de la ciudad, sino con un suceso que se dio gracias a las festividades mismas.

Corría el último año de la década de los ochentas y por invitación de unos viejos amigos colombianos, llegó a “La Puerta de Oro” de Colombia con la alegría desbordada y un deseo inmenso por conocer personalmente todo lo que había escuchado, leído  y visto por fotos,  de este bello país.

Para ese entonces Hellen era una espigada dama americana de  28 años de edad, bien vividos en la Capital del Mundo, con cuatro divorcios a cuesta,  cabellos dorados  largos, bien cuidados, de artísticos rizos extendidos hasta su delicada y bien contorneada cintura, ojos marinos y porte de reina, su figura sobresalía sobre el prototipo latino predominante en estas tierras.

Cuando llegó al Aeropuerto Internacional  Ernesto Cortissoz de “La Arenosa”, ya sabía todo lo referente al porqué de ese nombre, así por ejemplo recitaba de memoria que:

---- “Ernesto Cortissoz Álvarez-Correa nació en Barranquilla un 30 de diciembre de 1884, que  su padre, Jacobo Cortissoz Jesurum Pinto, estaba casado con Julia Álvarez Correa,  que Ernesto descendía entonces de un matrimonio judío sefardita.

Que de esa unión nacieron catorce hijos, siendo Ernesto el quinto.

Además – continuó la agraciada joven- la tía materna Clara Álvarez-Correa se hizo cargo de él, llevándolo a Alemania, donde cumplió sus estudios básicos y obtuvo el diploma de Escuela Secundaria, después de sustentar con méritos su tesis sobre comercio. Subsiguientemente su tía lo llevó a Inglaterra para que aprendiera inglés; y a Suiza, para que aprendiese francés e italiano. Una vez logrado este objetivo, Clara regresó con Ernesto a Barranquilla.”

Cuando llegaron a recogerla, ni los mismos barranquilleros sabían tanto sobre el tema y quedaron asombrados por todo lo que había leído la gringa sobre nuestra amada Colombia, sin lugar a dudas venía bien preparada…

Jaime De la Rosa Ripoll (el viejo Jimi) uno de los anfitriones, típico mamador de gallo “quillero”, después que la joven recitara de memoria lo referente al aeropuerto, jocosamente le contestó:

---- Tanta cantaleta para concluir en un simple nombre, no “mijita” mucha cháchara, mucha cháchara… Esa vaina es más larga que un trabalenguas costeño.
Todos los demás soltaron la risa al unísono y la abrazaron de folclor, con ritmo de “Te olvidé” con músicos en vivo, una chiva rumbera, polvo de maicena y ron blanco con hielo y Coca-Cola.

Durante el viaje en la chiva, por la Calle de las Vacas o Treinta, la gringa tarareaba las notas emitida por la agrupación musical acompañante:

---- Yo te amé con gran delirio
Con pasión desenfrenada
Te reías del martirio
Te reías del martirio
De mi pobre corazón…

Al mismo tiempo y por iniciativa de Jimi como parejo, al vaivén del vehículo comenzaba a mover los hombros y caderas con la dificultad propia de su falta de destreza en estos ritmos caribeños.

El Viejo Jimi, el vacan del paseo la animaba:

---- Vamos gringuita, menéate, menéate, así como recitas de memoria todo sobre Colombia, grávate el baile, vamos, vamos, ¡ güepajé!

Si así fue la bienvenida, imagínense el resto de las atenciones durante esos cuatro intensos días de rumba sin parar.

Fueron muchos actos carnestoléndicos que conoció, vivió y gozó:
Disfrutó de la noche de guacherna, quedando perpleja con tanto desfile multicolor y la variedad étnica presente con sus bien confeccionados vestidos, dando una visual de arcoíris en plena avenida del evento. La belleza de los personajes que ella pensaba eran femeninos, pero con la explicación de sus amigos…, no podía creer que fueran hombres disfrazados y maquillados mejor que cualquier congénere…

Estuvo en la Batalla de flores , donde conoció nuestra belleza cultural puesta en escena en plena calle, el contagio de las gentes, la alegría de todos, el buen trato de los costeños, las danzas y agrupaciones que desfilaban con su adecuada música, dándole forma y ritmo propio a cada comparsa participante. El desfile de reinas en adornadas y coloridas carrozas y en fin todo ese cúmulo de actividades realizadas en honor al Dios Momo, Baco y Arlequín.
En el festival de orquestas, observó agrupaciones que había disfrutado ya en el Madison Square Garden, de su New York natal, pero no con la rigidez de allá, sino con la libertad y  el delirio de todo un pueblo que bailaba, aplaudía y cantaba las canciones ofrecidas, sin protocolos, etiquetas, ni restricciones.  

Igual emoción le causó La Gran Parada con sus disfraces, sus desfiles bien coordinados y todo ese derroche de alegría, que solo el Caribe transpira espontáneamente, por estar incluido en sus raíces contagiosas de risas y fraternidad. Estaba aprendiendo a sudar nuestro folclor, a vivirlo y gozarlo como una “currambera” más.

Se hospedó en una casa elegante, culta y tradicional del viejo Prado, de distinguidos apellidos inmigrantes europeos, donde sus amigos le dieron el buen trato que el barranquillero por naturaleza ofrece a sus invitados, y mejor a un extranjero, con comodidad, libertad y calidad, cual Hotel Internacional cinco estrellas.
Fue en uno de esos cortos periodos  de tiempo, entre evento y evento que los amigos de la joven quisieron jugarle una broma, la cual le impresionaría tanto, que cambió el rumbo y el ritmo de su vida.

Los jóvenes muchachos decidieron disfrazar a Jimi como el bailarín del trompo y pasar el disfraz por la puerta de la casa donde se alojaba Hellen, para impresionarla, pero el sorprendido e impresionado fue otro…
Efectivamente a Jimi lo cubrieron con un capuchón de múltiples colores, con antifaz, para que no reconocieran quien era, un trompo gigante con cuerda de igual tamaño, el tipo pasaba por donde hubiera un grupo de personas, femeninas sobre todo, y con voz característica de mono cuco guayabero decía:

---- Señora, señorita, ¿quiere que le baile el trompo?
A lo que la gente contestaba en coro:
---- ¡Sí!, hágalo, báilelo…
Inmediatamente el disfrazado contestaba:
---- Bueno depositen sus billetes de colaboración en esta mochila y acto seguido remataba su discurso:
---- No es nada bailar el trompo, sino recogerlo.
Y al agacharse para hacerlo… el capuchón estaba roto a propósito en la parte inferior del abdomen, y sin interior alguno para controlar el contenido fálico escrotal, este quedaba expuesto a la comunidad, lo que ocasionaba risas y relajos, sobre todo para las damas…

Pues todo este acto montado para la gringa, se lo llevaron hasta su casa donde se hospedaba, efectivamente ella salió muy contenta a contemplar el disfraz, causándole gran admiración todo el acto, pero lo que la paralizó fue cuando el disfrazado se dispuso en posición de cuclillas a recoger el gigante juguete de madera con punta de acero y contempló por la apertura adrede del ropón, el que sería su ultimo consolador sexual del resto de su vida…

La gringa nunca había observado semejante animal, que aunque dormido aventajaba en muchas pulgadas en tamaño a los cuatro elementos viriles ya probados en sendos matrimonios realizados.

La poca ebriedad que tenía desapareció y desinhibida de todo ante semejante espécimen, corrió hasta donde estaba el asustado bailador del trompo y con un buen español le dijo:

---- Yo querer saber quién ser persona que esconderse bajo mascara. Por favor quítensela.
Para sorpresa de la joven el rostro del enmascarado era nada menos que el de Jaime De la Rosa Ripoll, el propio Jimi, su guía y anfitrión.

Desde ese día y los siguientes incluido el ultimo de carnavales , donde la alegría de las gentes es tan peculiar que festejan hasta la muerte, representada en Joselito Carnaval, todo esto causó más admiración en la americana del norte, pero nada como la ejecución y resultado del acto mágico de recoger un trompo.

Fue tanta su ilusión satisfecha que se quedó con el dueño del disfraz, no regresó más al país del norte y perduró con él tanto… que aún vive en la ciudad más hospitalaria de Colombia, se volvió hincha del Junior y formó familia.

Hoy día el matrimonio De la Rosa Harper goza de sus raíces crecidas y bien germinadas: cuatro hermosos nietos…

Y todo por la bailada de un trompo…


Por: Víctor Hugo Vidal Barrios.

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